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Si estás en un programa, no lo abandones. La gente está ahí para ayudarte. No son perfectos. Tú tampoco lo eres. Pero Dios te está ayudando. No te pierdas de lo que Él está tratando de hacer por ti y en ti. No tengas miedo de entregarte. Seguir adelante será la mejor decisión que tomes en toda tu vida.
No siempre hablé así. Creo que entenderás por qué a medida que cuente mi historia.
A los tres años, mi madre nos abandonó a mí y a mis seis hermanos. Nos acogió la cuidadora de nuestro abuelo. La Ella era en realidad la chica de fondo de mi abuelo (término utilizado en el mundo de la prostitución). Ella lo aprovechó como un frente para encubrir y para abusar físicamente de nosotros.
Mi undécimo año no se parecía al de la mayoría de las otras niñas. Me escapé para vivir con mi madre biológica, una traficante de drogas, con la esperanza de aliviarme de los maltratos físicos. El tiro me salió por la culata cuando mi padrastro empezó a abusar sexualmente de mí. Como consecuencia, quedé embarazada y me vi obligada a abortar.
Mi madre me enseñó todo sobre el embalaje y la venta de drogas. Así que no era de extrañar que empezara a consumir drogas y me convirtiera en una adicta empedernida a los quince años.
Nadie en la familia era feliz. Decidí marcharme. Muchas veces dormí en los bancos del parque y comí de los cubos de basura.
Adelantémonos hasta la mitad de mi historia. Conseguí un trabajo y un apartamento y tuve tres hijos mientras consumía drogas.
Hay un día que no puedo olvidar. Era el día en que recibía mi salario y les dije a mis hijos que iba al banco a cobrar mi cheque. Les prometí que volvería enseguida.
El caso es que los traficantes también saben cuándo cobraba. Estaban esperando afuera del banco a que tuviera dinero en mis manos para seducirme con crack.
Las drogas dominan lo que haces, cuándo lo haces y cómo lo haces. Seguramente adivinarás que no volví a mi casa durante tres días. Viví en el fumadero y me gasté todo mi dinero.
Cuando se acabó el dinero, volví a casa, avergonzada y abochornada. Mis hijos estaban subiendo al autobús escolar, pero no quería que me vieran. Así que me escondí entre los arbustos y me quedé mirando. Desde ahí veía a la gente que parecía tenerlo todo controlado, subiéndose al autobús. Pensé: “Ojalá yo pudiera ser así de normal”.
Seguí descontrolada y acabé detenida en la cárcel del condado de Allegheny (ACJ). Me presenté borracha a mi audiencia y me enviaron de nuevo a la cárcel de inmediato.
Mientras estuve presa me di cuenta de que había estado buscando el amor en todos los lugares equivocados: hombres, dinero, comida, drogas, prestigio, poder. Ninguna de esas cosas me satisfacía del todo. Todas se quedaban cortas. Todas eran temporales. Seguía sintiendo un vacío y un agujero dentro de mí.
Una iglesia vino a la cárcel a predicarnos. Ellos, y un libro que cogí, hablaban de un Dios amoroso que perdonaría todos mis pecados, por muy malos que fueran. Hasta entonces, sólo había pensado en Dios como un Dios castigador.
Tomé la decisión de dedicar mi vida a Cristo. Poco a poco. Entre esa decisión, un equipo de alabanza que organicé y todos los sermones que escuchaba, me di cuenta de que estaba creciendo.
Fui testigo de un círculo vicioso de mujeres que salían de la cárcel y volvían a entrar. Y yo declaré: “¡No volveré nunca más cuando recupere la libertad!”.
Pero oí a Dios en mi espíritu diciendo: “Sí, lo harás”. Suave, pero firmemente: “Volverás a menos que te entregues a Mí por completo”.
Siempre había considerado la entrega como una forma de debilidad. Pero descubrí que es en realidad un acto de fortaleza, no debilidad. Admitir ante ti misma y ante los demás que eres impotente ante tu adicción y que tu vida se ha vuelto ingobernable libera tu carga y trae libertad.
Ya no luchas por demostrar que eres más fuerte, más grande y mejor que la fuerza de las drogas, el alcohol, el estilo de vida o cualquier otra situación traumática por la que hayas pasado. Entregarse a Dios te permite ver que necesitas un poder mayor que el tuyo para que te ayude. ¡Es verdaderamente un acto de victoria!
No hay espacio suficiente para escribir todas las cosas buenas que aprendí en la cárcel. Y aunque me condenaron a tres años de prisión, llegó el día más asombroso cuando, después de sólo un año, oí por megafonía: “Tonya Carrington, ¡haz las maletas! Quedas en libertad”.
Al principio estaba eufórica, pero luego aterrorizada.
En ACJ había empezado a sentir de nuevo, ¡a dejar de ser una zombi! Sentía más libertad en la cárcel que fuera de ella. No quería volver a la vida que tenía antes: una vida de prostitución, drogas y desesperación.
¿Adónde iba a ir? Lo había perdido todo. Todas las cosas de mi casa se habían puesto a la venta. No tenía trabajo. ¿Quién me contrataría si había cometido un delito?
Después de recibir mis pertenencias, me dijeron que me dejaban salir para que fuera al lado.
Al lado estaba Renewal Inc., un programa de transición. Tendría que pasar por diferentes niveles para recuperar la libertad. Cuanto más alto era el nivel, más libertad podía conseguir. En el programa podía hacer visitas a domicilio, trabajar e incluso ir a la iglesia. Sólo tenía que volver cada noche con pruebas de mi paradero. También me hacían pruebas de drogas con regularidad. Estuve allí casi un año.
También entré en un programa que enseñaba habilidades básicas para la vida, como manejar el dinero y una buena higiene. Lo creas o no, yo no conocía estas habilidades. Me alegro de que mi orgullo no me tropezó, porque… bueno, sigue leyendo…
Fui a esa iglesia que nos había visitado en la prisión para atender a las reclusas. De nuevo, dediqué mi vida y serví a Cristo públicamente. Me involucré mucho y me encantó.
Mi pensamiento siguió transformándose. Sabía que Dios me perdonó todos mis pecados, me limpió y me convirtió en una nueva creación. Había experimentado la vida sin Cristo, y eso no era ninguna manera de vivir. ¡La vida con el Rey lo es todo! Comencé a conocerlo como mi Esperanza, mi Alegría, mi Provisión, mi Protección. Él es mi GPS personal. Él es mi Guía y la Brújula de Mi Vida. El sabe que dirección necesito tomar.
Nunca me di cuenta de la fuerza que podía tener en Cristo hasta que entregué mi corazón y mi vida a Dios, porque todas esas cosas buenas se encuentran en Él.
Gracias a Dios, terminé mi estancia en el centro Renewal y me gradué del programa de reinserción con éxito. Conseguí un buen trabajo y recuperé la custodia completa de mis hijos.
Hoy soy la líder de alabanza en mi iglesia, donde mi hijo es el pastor. Dios me ha llevado a viajar por Hawáii, Nueva York y África para ministrar con canciones y alabanza y compartir mi historia de esperanza, bondad, gracia y amor.
¿Recuerdas aquel susurro en el que soñaba que me gustaría ser normal como aquellas personas que veía yendo a trabajar en la parada del autobús? Una mañana, cuando estaba en la parada del autobús, bien vestida y yendo a trabajar, Dios me recordó aquel sueño. Me mostró que yo estaba allí, trabajando, sintiéndome como una persona normal y tantas cosas más. Empecé a llorar como un bebé, dándole gracias.
Tal vez puedas identificarte con algunas partes de mi historia. La mejor parte – y de la que todo lo bueno depende- es la entrega a Jesús. Como dije al principio, si estás en un programa, quédate con él. ¡Sigue así! Estoy orgullosa de lo lejos que has llegado. ¡¡Dios es tu fuerza!!
Ver los Consejos de Tonya – Cómo Sobrevivir en Prisión (Y Programas, Empleos y Relaciones Problemáticas) a “Tonya’s Tips.”.