El pequeño libro que marcó una gran diferencia

Por: Deborah La Plante-Paul

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Oí hablar de Jesús cuando estaba en un estudio bíblico en un sótano en el Bronx, NY. Estaba a una cuadra de mi casa. Tenía catorce años, pronto cumpliría quince. Mi padre me preguntó: “¿Qué quieres para tu cumpleaños?”.

“Una Biblia”, respondí. Todos pensaron que estaba loca.

Mi casa era lo que yo llamo una “casa del terror”. Padres alcohólicos, violencia, borrachos de la calle durmiendo en mi cama. Estaba muy deprimida y pensaba, no importa… De todos modos, a nadie le importo.

Quería encontrar un nuevo hogar o forjar mi propio hogar seguro, así que me escapé de casa con mi novio cuando tenía quince años. Pedimos aventones hasta llegar a Colorado y luego a Nuevo México, donde dormimos en las montañas. Puede que suene romántico, pero no lo era. Dormíamos en la calle y en un momento dado me secuestraron, me golpearon y me dieron por muerta.

En mi dolor invoqué a Dios para que me ayudara. Y lo hizo.

Cuando volví a casa, al Bronx, dos meses después, mi madre estaba allí sola. Me enteré de que había ocurrido un asesinato en la casa mientras yo no estaba. Me quedé el tiempo suficiente para saber que mi madre estaba bien y luego hui a California.

Mi novio y yo dormíamos en playas y comíamos galletas de un bar de ensaladas. Nos invitaron a celebrar la cena de Acción de Gracias en el comedor de una base naval cercana a donde dormíamos. Al entrar en el comedor, vi un estante lleno de literatura y una pequeña Biblia verde del tamaño de una mano. La cogí y me la metí en el bolsillo. La leía de vez en cuando y me gustaba mucho.

Pronto conseguimos trabajo y ahorramos suficiente dinero para conseguir una habitación en un hotel de mala muerte por 40 dólares a la semana. En ese lugar había mucha prostitución y oía cómo golpeaban a las chicas, pero no me asustaba porque mi novio también me maltrataba mucho.

Ahorramos algo de dinero y conseguimos un apartamento amueblado. Un día llegué a casa del trabajo y había mucha gente en la casa, incluida una chica de Boston. Me fui a dormir, pero al despertarme vi que la chica no tenía buen aspecto. Empecé a hacer preguntas. Resulta que se aprovecharon de ella y la violaron. Cuando me enfrenté a mi novio por lo que le había pasado, las cosas empeoraron. Se enfadó y empezó a pegarme. Salí corriendo, pero me persiguió y me dejo ambos ojos amoratados.

No quería estar sola en California y no quería volver a Nueva York a la casa del terror. Así que le di a mi novio otra oportunidad. Pedimos un aventón hacia el norte a un pequeño pueblo en Oregon.

Mi novio se emborrachó y me estaba pegando en el hotel. Le engañé y salí corriendo por la puerta hasta el vestíbulo, donde vi una pegatina sobre el teléfono público que decía HELPLINE. Llamé, y no sé quién era, pero me dijeron: “Estamos enviando a alguien a recogerte”. Mientras esperaba, mi novio bajó rogándome que me quedara con él y diciendo que lo sentía.

La gente se detuvo. Era una familia cristiana con cuatro hijos en una camioneta. Nos acogieron a los dos y nos dejaron quedarnos en una casa rodante detrás de su casa. Lo primero que noté fue que cuando nos sentamos a comer en la mesa (cosa que nunca hacíamos en mi casa), ¡ellos rezaban a Dios! Me sorprendió y me conmovió mucho. Yo quería una familia así. Nos llevaron a la iglesia, pero no recuerdo nada de lo que dijo el predicador. Solo recuerdo lo mucho que esta familia se amaba.

Pasaban tiempo con nosotros y hablaban con nosotros. Yo ayudaba con los niños y a veces lavaba la ropa. Pero seguíamos trayendo nuestras costumbres del Bronx y comprábamos un litro de cerveza y cigarrillos y lo llevábamos a la casita rodante.

Un día estaba sentada en la mesa de la casita sintiéndome vacía y rota, sin familia y con un novio que me maltrataba. Vi la pequeña Biblia verde que había tomado en la base naval. La abrí hasta un lugar en la parte de atrás que decía: “Mi decisión de recibir a Cristo como mi Salvador”. Incliné la cabeza y dije todo lo que me decía que rezara y lo dije realmente de corazón. Levanté la vista, vi la cerveza y los cigarrillos frente a mí y los aparté.

¡Volví a nacer! ¡Lo supe porque los deseos dentro de mí empezaron a cambiar! No quería estar con gente que fumaba y bebía. Empecé a hornear pan y a repartirlo a los vecinos. Empecé a servir más a los niños de la familia. Y leía la Biblia todos los días. No podía dejar de leerla. Empecé a enamorarme de Jesús mientras la leía.

Un día mi novio intentó partir la Biblia por la mitad porque la leía mucho, ¡pero no pudo! Se enfadó aún más cuando un día salí de una consulta médica y le dije: “Estoy embarazada”.

Empezó a gritar en la calle: “¡Aborta!”

Grité, “¡NO!”

“¡¿Cómo vamos a cuidar a este bebé?!” Estaba enfadado.

Grité a todo pulmón: “¡Jesús va a cuidar de este bebé!”.

Esas palabras salieron de mi corazón, y de verdad creía en ellas. ¿Y sabes qué? No siempre fue fácil, pero Jesús cuidó de mi bebé – ¡y de mí!

Jesús me ayudó a alejarme de ese novio abusivo y a comenzar una nueva vida. Desde entonces, me casé, críe a tres hijos maravillosos, obtuve mi título de enfermera y he tenido dos negocios exitosos.

Mi pasión es ayudar a niños y adolescentes a conocer a Dios Padre y cumplir con sus destinos, así que Dios y yo comenzamos el Programa de Amor de Papá. ¿Saben qué? Me aseguro de que cada persona tenga una Biblia. No es una locura querer una Biblia y querer a Dios. ¡De hecho, es bastante lógico en este mundo a veces tan duro!


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“Dios transformó mi vida a través de su Palabra”, dice Sarah, una sobreviviente de la trata de personas. A Sarah le encanta leer y escuchar la Biblia en su teléfono todos los días. Tú también puedes hacerlo.Descarga la aplicación bíblica gratuita YouVersion y siéntete animado e inspirado.

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